martes, 22 de noviembre de 2011

Una casa sin fantasmas

A media tarde me tomo un descanso en mi trabajo como barman en una afamada coctelería parisina y me siento en uno de los butacones de cuero del establecimiento, medio vacío a esas horas, a reflexionar sobre la cordura en los mismos términos en los que un alcohólico se plantearía mantenerse sobrio una temporada.

Al rato me aburro y cambio de tema, porque los locos tenemos una mente dispersa. Pediría un gintonic, pero el camarero soy yo y estoy en mi rato de descanso, así que me resigno a la abstinencia y dejo pasar otros cinco minutos con la mente en blanco antes de volver al trabajo, detrás de la barra -de donde quizás no debí salir-.

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