La indicación más rara que me han pedido fue cómo llegar a la playa en una ciudad sin mar.
Cuando me preguntan por una dirección suelo equivocarme. Quiero hacerlo bien, guiar al desconocido hasta el lugar correcto, pero la responsabilidad me supera y le acabo dando una respuesta precipitada. El otro día perseguí dos calles a una chica a la que había enviado en la dirección contraria a la que debía seguir, pero ella ya se había perdido entre la gente. Seguramente caminó hasta el abismo del fin del mundo y se despeñó por un precipicio hasta caer en las fauces de un monstruo de mil cabezas. Mea culpa, me precipité.
Cuando me preguntan por una dirección suelo equivocarme. Quiero hacerlo bien, guiar al desconocido hasta el lugar correcto, pero la responsabilidad me supera y le acabo dando una respuesta precipitada. El otro día perseguí dos calles a una chica a la que había enviado en la dirección contraria a la que debía seguir, pero ella ya se había perdido entre la gente. Seguramente caminó hasta el abismo del fin del mundo y se despeñó por un precipicio hasta caer en las fauces de un monstruo de mil cabezas. Mea culpa, me precipité.
A mí me ha pasado muchas veces. Lo de equivocarme. Y también algunas veces lo de volver en busca del ciudadano perdido, con esa misma sensación de terrible culpa por haberle arruinado la vida.
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