Hay quien sueña con encontrarse cada día en el metro a la misma hermosa muchacha para admirar de reojo su lacio cabello y su prístina mirada cuando se posa sobre una revista de moda, un libro de Dostoyesvski, o sobre un catálogo de catamaranes -depende de a quién pertenezca ese sueño malsano- y fantasea con que uno de esos días ella se acercará con cualquier excusa y aceptará encantada una invitación para compartir una copa, aunque sean las siete y media de la mañana.
Pues bien, a mí no me ocurre. Iba a comentar más cosas pero creo que con eso basta.
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